Viento del norte, viento del oeste. Au revoir les enfants

BY MARTHA ZEIN

Llevo días esperando a que el silencio me abandone y pueda seguir contando qué sucedió. Nunca me había pasado esto antes. Mis dedos se mueven por encima de los objetos y los seres gozando de su superficie pero cuando llegan al teclado no reconocen su uso. «Me he tragado un mar entero y estoy aguardando a que baje la marea», eso es lo que me digo, por buscarle una explicación, para quitarle importancia y sonreírme. «Prometiste que escribirías, se lo prometiste a tus sombras ¿a que viene este silencio?», interpela uno de mis yoes, helándome el gesto. Me excuso. No lo he buscado, él me ha encontrado a mí.

Mi corazón anda como una niña sonámbula que no encontrara el lecho. ¿Dónde se fueron las palabras? ¿Cómo regresar al relato que me cobijó durante un año, tres meses, tres semanas y tres días? ¿Dónde está la llave que vuelva a abrir «El vent i les papallones»?

Acudo a mi cuaderno de bitácora, cuyos bordes este año he cosido con hilos rojos. Siempre fue el lugar de nuestras citas. Espero a que las palabras salgan de mi garganta, atraviesen mis dedos y me asalten ante la página en blanco contándome lo que no me atrevo a decir pero llevo dos semanas esperando y este nudo sigue sin deshacerse.

Me digo que toda historia tiene su final y que también les sucede a los relatos; aunque soy yo quien los cuento, sólo ellos saben cuándo acaban. Abro la boca en un gesto de autoría, pero me descubro pez y quedo a solas con mi canto mudo. ¿Dónde se fue esa Martha que aprendió a preguntarse para qué vale una isla? Para salir del corazón de las tinieblas el GoOn ha de girar en el vientre de un agujero negro, qué extraño ombligo.

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Para demostrarme que el lóbulo izquierdo de mi cerebro sigue haciendo su trabajo, para hacer evidente que no sufro de muerte cerebral, he escrito una columna para el blog de Eros de El Pais. El resultado hace evidente que a mi neocortex le sigue resultando relativamente fácil hacer hablar a mi parte límbica. El artículo dice lo que quiero decir: que ha llegado la hora de dejar de hablar de las libertades de los cuerpos para empezar a hablar de cuerpos amantes y en paz. Estamos en un mundo en guerra; me he asomado a sus aguas muertas, sobre ellas aún navego, ya basta de pamplinas.
Pruebo con el lóbulo derecho. Le atravieso queriendo alcanzar mi parte reptiliana.

Quizá se me haya atorado el pestañeo, de ahí que todo me resulte excesivamente real. Quizá logre hacer saltar mis plomos y regrese la penumbra, ese estado en el que luz y sombra bailan intercambiándose matices. Consigo que mis neuronas me hablen de ritmos, ondas, espirales, de la belleza como el resultado de la sabiduría de Eros y de la unidad de los opuestos. Escribo al dictado frases hermosas y las guardo en un cajón. En ellas tampoco está la Martha que aprendió a pedirle al viento calma, la experta en sincronías. Si no está ella, no volverán tampoco sus vínculos, ni los seres con quienes dialogó, ni sus rincones secretos, ni los besos a punto de hacerse realidad. Ya no habrá presente, todo será pasado.

Vuelvo al cuaderno de bitácora con vértigo. Nunca me había pasado esto antes. Casi sin aliento, deseando estar confundida, revuelvo en mis rincones. Logro toser una frase («Llegamos al continente griego de madrugada»). Escupo la siguiente («Dormimos frente al templo de Poseidón, en Sunion»). Paso la lengua entre los dientes, como si hubiera masticado tabaco («La primera y única vez que fondeamos aquí fue hace ocho años, cuando nuestra aventura náutica no había hecho más que empezar. El GoOn ha anclado en el origen de aquel sueño»). Una voz antigua empieza a entonar una canción con sonidos que no entiendo. «Entonces no sabía, no sabía…», creo que dice. No sabía que todas las historias eligen su final.

Recupero la última crónica, intentando recordar y temiendo ser sólo su lectora. La navegante que salió hace dos semanas de aquel pequeño museo en Skala Loutra regresó al GoOn, lo sé porque yo, su escritora, sigo en él. Sé que se descalzó al entrar, como siempre, y que buscó el mejor ángulo en proa y que puso los ojos en el horizonte en busca de su eterna compañera, la línea azul. Silencio. Por no dejar mi boca en blanco me cuento una bella mentira. Es un engaño seductor, un canto de sirena para que mi voz perdida vuelva a su rumbo: «Aquel atardecer el confín azul dejó de estar lejos. Empinada en cubierta Martha presenció algo insólito: El horizonte se fue acercando hacia ella, inundándolo todo de cielo y agua».

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Allí estabas, Martha, rodeada de azul. Sonrío mientras lloran mis ojos. Miro las velas del GoOn, las mariposas han abandonado los mástiles. Desde hace días el viento es sólo viento y las rosas, rosas. Insisto en burlar esto que callo: «El capitán ordenó levar ancla, el Meltemi dejó de bramar como lo había hecho hasta entonces y el GoOn comenzó a dar la vuelta a Lesbos en el sentido de las agujas del reloj. Las horas empezaron a transcurrir con el tempo de las mareas, trayendo lamentos de seres que ella no veía, naufragios milenarios borrados de la memoria y que sin embargo podía entender. El mar era la pizarra de una escuela abandonada en la que aún podían distinguirse las huellas de una antigua lección».

Entonces aún era posible que sucedieran aquellas cosas al tiempo que Biel llenaba la cubierta de exclamaciones infantiles. Habían subido a bordo B&B&B, la rosa era rosa, el GoOn un velero y el Mediterráneo una fosa azul.

…..

Felicidad y Quique han dejado de reír a nuestro alrededor. Quique es la primera persona con la que iniciamos hace ocho años este viaje por mar, el primer tripulante que se puso en nuestras manos. Con él estrenó el capitán sus fueros, con él probé qué significa llevar el timón o izar las velas. Junto a él y a Felicidad (qué buen nombre, qué bella metáfora encarnada) hemos dado el giro a la llave invisible de «El vent i les papallones». Mi pensamiento mágico explica que eran las compañías adecuadas. Sus risas escamparon tempestades.

Sin ellos a bordo hemos atravesado el túnel de agua que separa las Espóradas de las Cícladas. Siete horas escorados por babor no dan para ensoñaciones. Nos hemos alejado de las islas generosas, del drama y el alivio, del compromiso sin futuro. La utopía, cuando se busca a medias, es un juego perverso. Sigo sin saber si todo lo que he visto forma parte del renacimiento del movimiento pacifista o de su putrefacción. Debería de planteármelo en serio, dentro de un mes me esperan en Getafe para hablar sobre ello. De cualquier manera, hemos salido del escenario y estos pulmones que debieran aspirar el aire no lo hacen.

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Aún deseo escribir la antepenúltima, la penúltima y la última crónica desde el GoOn. He dejado de pensar que el relato se ha ido antes de que pudiera cerrarlo, dejándome a solas con el viaje. Me he dado una nueva oportunidad, por eso antes de zarpar he escrito en mi cuaderno «Mi corazón solitario perdió su alcoba» como si fuera una nota abandonada en el lecho de un amante.

He pasado la noche tirando del hilo de aquel instante en el que me quedé muda mirando cómo se disolvía el horizonte. Nada más salir del golfo de Gera, el GoOn se convirtió en el minutero de una hora milenaria y la isla en un enorme reloj de bolsillo. Bordeamos Lesbos de sur a norte y de oeste a este. Al llegar a Plomari, la proa señaló «y media» haciendo del espacio un tiempo. Melinda, Tarti y Apotiki (en la boca del Golfo de Kalloni), dejaron de ser localidades para convertirse en minutos de una navegación lenta. Cuando fondeamos en la bahía de Sigri, el lugar pasó a ser «menos cuarto».

Antes de encender motores se me ha ocurrido mirar las fotos que duermen en mi cámara, confio en su poder disolvente. He reconocido el silencio de las tabernas, con sus manteles inmaculados y las botellas sin descorchar. Denunciaban que el tiempo de los banquetes se había quedado dormido en algún lugar. Probablemente Chronos había devorado a quien no correspondía logrando que las novias y los recién nacidos olvidaran que les estaban esperando.

A pocos kilómetros del puerto el bosque fosilizado de Pali Alonia, daba fe de que algo así ya había sucedido antes. Hace unos veinte millones de años la actividad volcánica congeló el tiempo para encinas, robles, palmeras, cipreses, pinos, nogales y laureles de la isla, convirtiendo la carne en huesos. Resulta emocionante saber que los descendientes de estos árboles permanecen aún en el planeta. Erupciones volcánicas, lavas, cenizas, soluciones calientes de dióxido de silicio… Esta mezcla permitió que las moléculas orgánicas fueran reemplazadas por materiales inorgánicos.

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Me pongo al timón. La parte más añeja de mis huesos vuelve a crujir. ¿Y si fuera cierto? ¿Y si el relato me ha expulsado y «El vent i les papallones» ya no quiere a esta escritora?. El teléfono pía. Ha entrado un mensaje. Lo tomo como despertador y enciendo la pantalla por última vez antes de la travesía. Leo que Analía llama a nuestro plan «resistencia erótica» y sonrío.

El capitán grita «¡Rumbo!». Quizá esta noche mi voz perdida me esté esperando, dispuesta a contarme la vida, quizá no se haya ido y sólo esté jugando al escondite, quizá, al regresar a las Cícladas las mariposas vuelvan a soplar las velas del GoOn.

…….

Atenas. Zea Marina. Suben a bordo Dora y Bego, la única persona que conozco que ha escuchado en directo a Jimi Hendrix. Después de cuatro días de navegación con vientos de 60 kms por hora, el barco saltando las olas a 10 nudos y escorados 30 grados durante horas, nuestras nuevas tripulantes nos encuentran asalvajad@s de uñas a pestañas. Las abrazo como si todo fuera bien, pero no es cierto: las velas siguen siendo velas, ni rastro de las mariposas. Llevo doce días sin escribir. Creí que en cuanto volviera la calma abriría el ordenador y encontraría al blog esperándome, abierto de piernas. Nunca me había pasado antes. Me aletean los dedos.

Bego detalla las iniciativas que ha encontrado en Exarquía, el barrio autogestionario de Atenas. Su volcán utópico no deja de escupir propuestas desordenadas en las que también se incluye a las personas desplazadas por las guerras. Después de un rato, me pregunta por qué no he vuelto a publicar una nueva crónica. Ella es una de sus lectoras más constantes. Carraspeo. Disimulo. Vuelvo a Lesbos y a ese viaje circular. Le cuento que al llegar al puerto de Molivos el GoOn marcó una hora en punto, que repicaron las campanas pero nadie acudió a la cita. Hablar como se escribe suena raro, debería callarme, pero Bego es una de las tripulantes más antiguas, hay confianza, de modo que sigo con mi disertación: «Las turbulentas aguas que durante meses devoraron balsas y escupieron seres, aquel día se nos ofrecieron huecas. El mar parecía la boca de un animal saciado. B&B&B llegaban a la orilla a remo, yo batía mis propios récords nadando. Estábamos en el mismo lugar en el que cientos de personas acogieron a miles de seres desahuciados, el rincón del mundo donde ONGs y plataformas creadas por personas de todas partes del mundo habían hecho crecer la emoción de la solidaridad y el respeto. Biel jugaba donde otros levantaron tiendas de campaña, ollas calientes, roperos con vestimentas secas, medicamentos… Yo batía mis propios récords en apnea».

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No sé cuándo he dejado de hablar en alto. Todo el mundo hace fotos en cubierta. Relatar la realidad es parecido a retratarla. Aunque cientos de hechos suceden a un mismo tiempo en un mismo lugar, la cámara solo puede captar uno. Al relato le pasa lo mismo, quien lo escribe reposa su mirada donde enfoca hasta que deja de ver para empezar a observar. Si permanece mucho tiempo así, a solas ante un acontecimiento, es posible que experimente el milagro de la contemplación. Entonces ese pequeño rincón del mundo empezará a hablar del universo entero. He visto mi vida retratada en una línea, por eso escribo, para alcanzarla.

He narrado la realidad desde el GoOn durante un año, tres meses, tres semanas y tres días; el intersticio del otoño y el invierno también fue narrativo y la tierra no fue del todo tierra. El hecho de que durante este tiempo narrara a cielo abierto y a la vista de cualquiera ha exigido un ejercicio de honestidad que no imaginaba tan rico, tan amoroso, tan generoso. Sé que me he expuesto, también sé que soy mucho más que un relato. Este blog ha supuesto un ejercicio de profunda libertad, lo he redactado con el desapego de las prostitutas del barrio rojo exhibiéndose tras el cristal y al mismo tiempo con la delicadeza de quien sabe que las palabras han de cuidarse porque entrañan actos.

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Los pulmones son esponjas rosas, ví un par en una casquería. Recorremos el Pireo. Apenas quedan unos dias para que abandone el GoOn. Yo también me bajo antes de que el viaje termine. El velero continuará la ruta sin mí, el capitán seguirá su propia hoja de ruta con otras personas. Escucho como pían las aves en su corazón. No habrá «año que viene». Vivo un cierre dentro de otro cierre, dentro de otro cierre… en una galería de infinitas puertas. Mi ombligo aletea. Mi pecho se ha vuelto de cristal. Después del GoOn embarcaré de nuevo en el barco solar de WWF y sin embargo no iré donde el sol nos lleve, el capitán será otro, tampoco allí habrá relato. Las mariposas han partido. Ahora todo es viento. En algún momento mi materia quedó coagulada.

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Vuelvo a ese reloj llamado Lesbos para contemplar el lugar en el que este blog me cerró las puertas de golpe. El puerto de Mytelene marcaba los cuartos en la isla/reloj, una por cada buque de guerra que encontramos en el camino o amarrado en el muelle. Los de la OTAN, grises, haciendo alarde de sus patrióticas banderas identificativas, los variopintos del FRONTEX, los anaranjados de la guardia costera griega… El GoOn se movía entre ellos con la precisión de un minutero.

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Para que Psique no se enamorara de un monstruo, Eros lanzó su flecha al mar. He llegado al mito hablando con Dora (Theodora Petanidou, bióloga, profesora universitaria de ecología y ecogeografía) de los secretos de las palabras. Dora reside en Lesbos, me acompañará hasta el final del viaje, qué divertidos estos bucles espacio/temporales. Le entusiasma la etimología de las palabras. Me cuenta la historia de Helios, la estrella que surge del mar. Vuelve a aparecer en mi vida el enigma de las consonantes phi, chi y psi, que descubrí el año pasado en Levitha, antes de que en mi vida irrumpiera lo inesperado. A estas alturas sé que fue el poeta Simónides quien, en el siglo VI aC incorporó estas tres letras en el vocabulario griego. Inventó sus signos y les dio un orden. La última consonante fue psi, la mariposa emprendiendo el vuelo, el último aliento antes de la muerte, el principio de la vida. Y es ahora cuando reparo en el detalle de la flecha, haciendo caso de lo que Nabokov decía en sus cursos de literatura: «Atención a los detalles». En el momento en el que la flecha de Eros tocó el agua la alada Psique debería de haberse rendido de amor por este azul que ahora, frente a las islas desiertas de Dhiaporioi, se tornan malvas.

Imaginar la flecha me devuelve a mi último baño en Lesbos. Llevaba meses preguntándome cuál era mi lugar en ese escenario, cuál podía ser mi aportación. No quería irme de allí sin una respuesta, de modo que rogué a cada ola que me diera alguna pista. Una brazada, «Decidme», otra brazada, «decidme»… «Decidme, os escucho». De golpe una piedra pareció reír poniéndose al alcance de mis pies en medio del mar. Paré, curiosa por el alborozo. Una chiquillada de personitas de tez oscura empezaba a desnudarse en la orilla. Dos jóvenes rubias intentaban poner orden en medio de la alegría. Eran niños y niñas procedentes de uno de los campos de detención disfrutando de un baño excepcional. Aunque estaba lejos les saludé con ambas manos, dándoles la bienvenida. Me hacia gracia imaginarme erguida en medio del azul, como si tuviera unas piernas larguísimas capaces de despegarse varios metros del fondo. Todos a una me saludaron, multiplicando aún más las risas. Hice el payaso todo lo que pude y continué nadando, sonriente, olvidando mi letanía. Una brazada, otra brazada, otra..

Al llegar a la terma en la que me esperaban B&B&B, el capitán y Felicidad, les encontré en charla animada con dos voluntari@s de la ONG que había organizado aquella salida al mar. Disfrutaban de su primer dia libre en tres semanas y les resultaba extraño no estar nadando con l@s niñ@s. Nuestro encuentro duró el tiempo suficiente como para que me contaran que en la fundación holandesa Stichting Bootvluchteling (Barco de refugiados) están haciendo un protocolo para detectar cuáles son los problemas psicológicos y emocionales que pueden hacer estallar la convivencia en los campos de detención. L@s psiquiatras, terapeutas psicólog@s que conviven puntualmente con las personas desplazadas por las guerras saben que sanar una herida emocional exige tiempo, más de un año, más de dos, algo incompatible con los tiempos del voluntariado.

«¿Por qué no recurrís al poder del juego? La búsqueda de la belleza es sanadora y puede ayudar. He utilizado el lenguaje audiovisual para hacer cantar los corazones de mujeres maltratadas, de niños abandonados, de personas con problemas psicosociales, motrices, sensoriales… Puedo asegurarte que su resultado, en manos de especialistas, no sólo alivia sino que cura. Si quieres puedo enviarte alguno de mis materiales, a lo mejor os inspiran…» Les hablé de jugar con Eros y con Thanatos, de la importancia de narrar con el cuerpo y con los pies. Recordé con alegría a Enrico y sus clases en la universidad de Cagliari. Insistí en que nadie sabe lo que puede un cuerpo. Nos entusiasmamos. Hemos iniciado un camino, lo he llamado «Concienciarte» porque es posible que el conocimiento científico reglado de la mano a la belleza y a la espiritualidad. No se trata de alcanzar una utopia, sino de llenarla de carne y huesos.

El capitán ha puesto rumbo a Cefalonia. Aunque no mire el calendario sé que tenemos los dias contados.

……

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Estamos a punto de entrar en la boca del estrecho de Corinto, seguimos deshaciendo el camino, volvemos a surcar las aguas de nuestro primer viaje en velero, cuando el capitán y yo no imaginábamos aún que daríamos la vuelta al Mediterráneo. Regresamos. Para las personas desplazadas por las guerras sin lugar donde enterrar a sus muertos y sus hereder@s la palabra «regreso» carece de sentido, sin embargo es obvio que lo estamos haciendo. Tengo pruebas. Hace unas horas me he atrevido a hacer coincidir el tiempo con el espacio, he superpuesto septiembre a la hoja de ruta del capitán y he descubierto que cuando me toque poner el pie en tierra de manera definitiva, cuando de el último giro a esta llave, el GoOn habrá amarrado en Itaca. La Martha que no cree en la heroicidad de Odiseo, regresa a Itaca. Me toca apearme en una de las islas de referencia de l@s utópic@s. Suena a ripio estético, a mal final, pero es tan absolutamente cierto como involuntario: En Itaca comienzo un nuevo viaje propio, carnal y solitario, sin testigos ni escaparates, lejos del GoOn y de su quilla. Lo que sentí como «navegar en el vientre de un agujero negro» ha resultado ser cierto.

Después de las termas el GoOn empezó a trazar espirales frenéticas: «Los refugiados» han seguido llegando a otras orillas (nos llega la noticia que el pasado lunes 6500 personas atravesaron el canal de Sicilia procedentes de Libia, un amigo nuestro anda calculando los millones que están ganando los traficantes de personas desde hace un año). Los baños matinales han sido más y más largos y los días más y más cortos. Pepa me avisa que TVE al fin emite su documental, «El chivo expiatorio» http://www.rtve.es/alacarta/videos/el-documental/documental-chivo/3707670/ que explica cómo hay conflictos que la comunidad mantiene vivos por injustos que sean precisamente para que nadie olvide qué les pasa a quienes se atreven a cuestionar las normas, por inocentes que sean. Palestina es un buen ejemplo de chivo expiatorio internacional, se lo comentaré a Nazanin para que nutra su ensayo. José Luis me envía el corte definitivo de nuestro primer video poético para Medwaves, Héctor hace crecer las flores de Eros en su Aula Savia, las piezas sexys de Boogaloo ya empiezan a pedirme haikus… Me miro las manos y recuerdo los brazos de Al, protagonista de «Un lugar llamado éxtasis», amante mariposa.

Todo es vida en este cielo excesivamente azul. Es decir, todo es muerte.

Cierro voluntariamente el ojo de esta cámara.

Au revoir, les enfants.

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3 comentarios en “Viento del norte, viento del oeste. Au revoir les enfants

  1. Gracias por tus sentidos, sensaciones y sentimientos plasmados aquí, cuya estela que no desaparece seguiré sin prisas, a tragos cortos.

    Salud y buena proa, Martha. Ojalá nos reconozcamos cuando nuestros babores se crucen, y podamos levantar la mano y saludarnos.

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    1. Saludos desde un punto indefinido en el tiempo, no sé si pasado o futuro. Me encontré con Cova hace unas semanas. Le pregunté por tí. Si algún día de este invierno pasas por Mallorca, no olvides preguntar por mí. Yo haré lo mismo si paso por… ¿Barcelona? ¿Zaragoza?… Deseando comer de tu plato.

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